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-Pirámides contra cemento y expolio.

01 de Mayo de 2013

Otra vez el maldito cemento, el que hizo estragos en la España de especuladores, saqueadores y corruptos. En las arenas egipcias, 4.500 años después de su construcción, las pirámides de Dashur corren el mismo peligro. Los ladrillos de un cementerio ilegal han invadido el lugar donde el faraón Esnofru, padre de Keops, levantó las primeras pirámides auténticas. La fiebre de los nichos ha engullido las garitas de los guardianes y ha multiplicado las incursiones nocturnas de los cazatesoros.

A unos 40 kilómetros al sur de El Cairo no existe la tregua. Desde hace meses, los habitantes de los pueblos que asedian la necrópolis faraónica construyen hileras de sepulturas. Sin descanso ni mesura. Como si supieran que se avecina una catástrofe y necesitaran vencerla con cientos de nichos.

Y así, las tapias de ladrillo blanco van cementando un horizonte por el que despuntan las pirámides romboidal -con su característica doble inclinación, por las modificaciones sufridas a mitad de obra- y la imponente roja, la primera de caras lisas que allanó el camino para que la técnica acariciara la perfección en los poliedros de la meseta de Giza.

"Nos quedamos sin sitio para enterrar a nuestros muertos y tras esperar permiso del gobierno durante cuatro meses, decidimos ampliar el cementerio", relata a ELMUNDO.es Ramadán Adel, un lugareño de 37 años que se arrastra en babuchas por las áridas calles del lugar.

A unos metros, se extiende el campo de pirámides que -junto a los de Abusir, Saqara y Giza- son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Las dunas de Dashur, al final de un camino que cruza una llanura de palmeras en las que crecen maíz o cebada y pastan búfalos de agua, guardan la zona menos excavada de las pirámides. Hasta 1996 figuraban dentro de una finca militar.

Ante la alarma, las autoridades ordenaron el pasado enero que se detuviera la construcción ilegal y se retiraran los bloques que delimitan las futuras parcelas, cada vez más cerca del pie de las pirámides. Pero el mandato no ha sido aplicado. La policía, incapaz de restablecer la seguridad desde su espantada en las revueltas de 2011, asiste impasible a ataques y expolio. "No podemos hacer nada. Nos han perdido el respeto", se queja a este diario un oficial de policía apostado en la entrada de la necrópolis. Hace unos meses unos ladrones abrieron fuego contra los centinelas que les sorprendieron en plena excavación.

Entre las calles del nuevo camposanto, un paisaje lunar asoma a cada paso. En mitad del caos, los ladrones hacen el agosto. Aprovechan la noche para internarse en la zona y horadar la tierra. En el pueblo cercano, sus habitantes no ocultan el saqueo: "Hay quien encuentra pequeñas estatuas, momias y vasijas. Un golpe de suerte así te puede hacer millonario", cuenta un carpintero.
Esta semana, por primera vez, algunos residentes de las villas cercanas han alzado la voz. "Dios no bendice a una nación que renuncia a su herencia", rezaba uno de los carteles exhibido en la protesta que el lunes unos vecinos celebraron a las puertas del complejo arqueológico. "El patrimonio es nuestro pasado, presente y futuro. Protejámoslo con amor y respeto", insistía otra pancarta.

Hasta ahora, ni la burocracia gubernamental ni la denostada policía han podido detener el ritmo febril con el que el cementerio -con una capacidad desorbitada para los pequeños pueblos de la comarca- avanza hacia los faldas del legado faraónico.

La tragedia de Dashur es solo el caso más sonado de las amenazas urbanísticas y agrícolas que asolan al patrimonio egipcio. "Los sitios arqueológicos están en peligro porque existe un vacío de poder. Casi no hay policías para proteger los lugares que están siendo dañados y los funcionarios locales son a menudo incompetentes y temerosos. Es muy frustrante", confiesa a este diario Monica Hanna, una arqueóloga local embarcada en la tarea de denunciar el desolador naufragio.

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