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-Exploración en Luxor

01 de Noviembre de 2011

Alejandría vive asomada a La Corniche, un paseo marítimo de veinte kilómetros. Paso por delante de bellos edificios coloniales de estilo art decó. Todo luce deteriorado y mugriento. Algunas de las grandes piedras que conformaban la sillería aparecen arrancadas, tumbadas en mitad de la acera como si un titán furioso las hubiese destruido a patadas. La arena está sucia, plagada de basura. Triste epílogo para la ciudad fundada en el año 331 C por Alejandro Magno en el Delta del Nilo tras experimentar un raro sueño que sus magos tomaron por buen augurio.
Después de la muerte del genial macedonio, se convirtió en próspera capital del imperio de los Ptolomeos, fundado por uno de sus generales. La última reina de la dinastía fue Cleopatra antes de que Egipto se convirtiera en provincia romana. Los árabes la conquistaron en el 641. Saqueada por los cruzados, reconquistada por los otomanos, cuando Napoleón entró victorioso no habría aquí más de siete mil personas. Durante el protectorado inglés y la gestión europea del Canal de Suez fue cosmopolita destino vacacional, en imparable decadencia tras la nacionalización en 1956.

Investigación en la Gran Biblioteca
La Gran Biblioteca y su destrucción son un mito de la Antigüedad. En realidad, se destruyó varias veces, varias veces se reconstruyó y si hoy no existe recuerdo alguno se debe más a los terremotos y la desidia que a la intolerancia. Uno de los primeros destructores fue Julio César, pero cierto es que cuando Alejandría fue conquistada por los árabes, el Califa Umar Ibn al Jatabb sentenció que si los volúmenes eran acordes con el Corán, resultaban innecesarios, y que si no lo eran, entonces no debían ser conservados.

La Moderna Biblioteca, auspiciada por la Unesco, se inauguró en 1996. Diseñada por un estudio sueco, es luminosa, funcional y bella. Investigo aquí sobre mis exploradores olvidados. No hay referencia directa a Pedro Páez, pero sí un libro sobre viajes a las fuentes del Nilo de 1905 escrito por un erudito médico inglés apellidado Hayes. El autor cita a Páez, aunque no tanto como descubridor de las fuentes del Nilo Azul (mantiene el error de imputárselo al arrogante escocés James Bruce), sino como misionero. Menciona entre otros datos su larga cautividad en Yemen, su extraordinario dominio de lenguas y la alta estima en que le tenía el emperador etiope Susinios, a quien convirtió al cristianismo.

Hurghada es una pequeña ciudad a orillas del Mar Rojo, que en realidad es azul y brilla con uno de los tonos más límpidos y turquesas del planeta. Me reciben carteles escritos en ruso. Ante la caída del turismo occidental fruto de la revolución y el derrocamiento de Mubarak, los avispados comerciantes y hoteleros locales han sabido explotar otros mercados. En la ciudad hay aeropuerto internacional con vuelos directos a Rusia y hoy los eslavos de más allá de los Urales suponen el grueso de su clientela de buceo y sol barato.

Historia en estado líquido
La ruta que recorre el Nilo es un hervidero de gente y tráfico imposible. Se suceden las poblaciones, los campos de labor, los canales de regadío. No en vano este gran cauce ha sido el solar de una civilización con más de siete mil años de antigüedad. El Nilo es algo más que un fluir de agua nacida en Etiopia que muere en el Mediterráneo. Es pura Historia hecha líquido. Es la única herida fértil en el Sahara desde el Atlántico al Índico. Mil kilómetros de vida que unen dos mundos y han alimentado imperios, cultivos y guerras.

Llego entre un denso tráfico a Luxor, la antigua Tebas, donde se encuentra Karnak, el conjunto de templos al aire libre más grandioso del mundo dedicados al dios Amón y en cuya construcción participaron treinta faraones. Al otro lado de la población está el templo de Luxor. Unidos ambos monumentos por una avenida con más de mil esfinges impolutas bajo un metro y medio de sedimentos, el proyecto gubernamental consiste en expropiar casas y negocios para acometer una descomunal rehabilitación que convierta la viva ciudad en un reluciente y muerto parque temático de la egiptología.

Exploración (verdadera) en el Valle de los Reyes
Al otro lado del río, en el West Bank, se haya el famoso Valle de los Reyes, cuya entrada custodian dos colosos pétreos. El valle es en realidad una montaña de arenisca pelada donde los faraones se hacían excavar sus tumbas. Las hay a decenas, alguna tan soberbias como las de Tutankamon o Ramesseum. Toda la zona es monumental, magnífica, aunque también está habitada por mil pillos que viven del turismo. Su acoso puede resultar insoportable, y más ahora, que el flujo de occidentales se ha reducido.

Sin embargo, aún es posible la exploración y la sorpresa. Estos turistas se mueven en grupo. Son gregarios de autobús climatizado. Nunca se paran en el trayecto que realizan entre monumentos o centros vacacionales. Solo eso se ha contaminado por los dólares occidentales. Cualquier desvío casual por las huertas revelará un mundo aún antiguo y primitivo en el que los campesinos son amables, montan en borrico, arrastran viejos carromatos y parecen directamente sacados de un capítulo del libro Sinuhe El Egipcio.

Asuán
Asuán es una agradable población de 200.000 habitantes situada a la vera del Nilo que alberga un enorme obelisco inacabado. De aquí provenían las asombrosas moles pétreas que construyeron pirámides y demás estatuas colosales de la era de los faraones. Como núcleo urbano, sorprende por su limpieza, amabilidad y orden; en términos egipcios, claro está.

La ciudad es famosa por la presa que terminó con las terribles inundaciones y también por servir de puerta de entrada a los grandiosos monumentos de Abu Simbel, trasladados piedra a piedra para salvarlos del embalse. Para mí, además, supone la despedida de Egipto, el ansiado embarcadero hacia las leyendas del reino de Nubia y del aislado enclave cristiano de Makuria, que resistió casi mil años al invasor árabe antes de desaparecer en el siglo XVII, enterrado entre la arena y el Islam.

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